¿Por qué permite Dios que sucedan cosas malas?
Tener una perspectiva más amplia puede ayudarte a encontrar fortaleza en los momentos difíciles.
¿Cómo puede un Dios amoroso permitir que Sus hijos sufran? Si Dios existe, ¿por qué no impidió que un niño fuera víctima de abuso o maltrato? ¿Por qué permitió que a una madre de tres niños pequeños se le diagnosticara cáncer terminal, o que un conductor ebrio matara a alguien?
Tal vez tengas tu propia versión de estas preguntas, como resultado de la situación más agonizante que hayas experimentado en tu vida. Incluso Jesucristo, mientras sufría en la cruz, exclamó: “¡Dios mío, Dios mío!, ¿por qué me has desamparado?” (Marcos 15:34).
Tu propósito final aquí en la tierra es llegar a ser más semejante a tu Padre Celestial antes de regresar a vivir con Él en gozo y paz para siempre. Puedes hallar fortaleza interior ante las pruebas al comprender por qué Él permite que pases por cosas dolorosas:
¿Cómo puedo hallar felicidad a pesar de mis propias dificultades?
Mientras atraviesas tus propias y singulares pruebas, puedes ser fortalecido mientras te esfuerzas por seguir el ejemplo perfecto del Salvador de confiar en Dios y en Sus promesas. Él te ama y desea lo mejor para ti. Mantén una perspectiva eterna, confiando pacientemente en que tus dolores y pesares serán por un breve momento en el transcurso de tu vida eterna y que la recompensa de los justos es grande.
Sigue tomando buenas decisiones, aun cuando la vida sea difícil. La oración, el estudio de las Escrituras y el escuchar música inspiradora pueden ayudarte a sentir paz. Ayudar a los demás en lugar de centrarte en tus propios problemas puede aumentar tu sentimiento de gratitud. Apartar el día de reposo como un día de descanso y de pasar tiempo con la familia puede reducir tu estrés.
Puedes hallar gran sanación, consuelo y paz en Jesús, nuestro Salvador. En la Santa Biblia, leemos que la función del Salvador es “vendar a los quebrantados de corazón, […] proclamar libertad a los cautivos y a los prisioneros apertura de la cárcel” (Isaías 61:1). Jesús conoce tu dolor porque Él lo sintió primero. Él puede sanarte.